El año de las piedras

Disculpa río, he ido tomando de tus pequeñas piedras pero entiendo que son prestadas. No puedo ir arrancándote piedritas a mi antojo cada que vaya a visitarte sin dejarte nada a cambio, así que hagamos algo, a cada regreso te devolveré una, que como debes saber, nunca son tan vivas y hermosas como cuando están dentro en ti.

He notado tus musgos de verde luminiscente cuando están tus piedras más a la sombra, y ese monolito madre que se impone en medio de tu caudal. Este año me he obsesionado con tu belleza y la de tus pequeños cuarzos, con tu valle de piedras inmensas, con tus piscinas y las caídas de agua sobre ellas y con tus peces y la visita de las tormentas, esas que te llenan y te desbordan. Llegan a ti los pies y las pieles agradecidas de los que te visitamos, los que se quedan mirándote absortos por el atractivo que desprendes.

Una de las últimas veces que te visité que caminé por medio de tu leve caudal, sentada en una de tus grandes piedras vi pasar mariposas azules y luego un grupo de tucanes, y veía como los carboneros se inclinan a ti, y ese pequeña isla que tienes ahí arriba, a la altura de nuestras futuras casas, la que parece un jardín japonés delicadamente diseñado por nadie más que tú y tus tiempos.